Monseñor Carlo Maria Viganò
HOMILÍA
En la Solemnidad de Pentecostés
Emitte Spiritum tuum, et creabuntur,
et renovabis faciem terræ.
[Envías tu soplo y son creados,
Y renuevas la faz de la tierra]
Salmo 103, 30
¿Cuál es la característica del Amor? Su gratuidad. Quien ama, ama sin esperar nada a cambio. Quien ama se alegra de que el Bien que disfruta pueda ser compartido por el amado. Quien ama no tiene medias tintas: ama totalmente, sin reservas. Quien ama quiere el bien del amado, sabe decir no. Esto es verdad en grado sumo cuando el Amor es divino, cuando el Amor del Padre hacia el Hijo y del Hijo hacia el Padre es tan perfecto e infinito como para ser la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo Paráclito.
La magnificencia es el signo distintivo de los soberanos y de los príncipes, que inspiran su liberalidad en la magnificencia de Dios, del mismo modo que conforman su gobierno a la justicia divina. Pero nada puede competir con la magnificencia de la obra de Dios: una magnificencia infinita tanto en el orden de la Creación como -y en modo infinitamente superior- en el orden de la Redención. Una magnificencia divina en sus perfecciones, ilimitada en su capacidad de irradiarse, semejante a la benéfica luz del Sol, colmando a todos y a cada uno de gracias y favores inmerecidos y gratuitos. Y es la gratuidad absoluta que caracteriza la obra de Nuestro Señor, establecida desde la eternidad de los tiempos para reparar el pecado de Adán mediante la Encarnación, Pasión y Muerte del Hombre-Dios. Gratuitos son también los Dones del Espíritu Santo; gratuita es la Gracia, gratuitamente dada, concedida gratuitamente. Gratuita es la eternidad bienaventurada que nos está preparada en el Cielo; gratuita es la santificación que la Iglesia obra mediante los Sacramentos y el Santo Sacrificio de la Misa.
Pero si la gratia, la gratuidad absoluta del Bien que nos viene de Dios, es una nota divina que une la omnipotencia y la misericordia en el admirable vínculo de la Caridad; en cambio, todo lo que viene de Satanás tiene un precio, para nada gratuito, porque no tiene nada que dar y todo que robar con engaños y mentiras; porque viene de quien quiere nuestro mal presente y eterno, envidiando sobre todo la Redención de Cristo y más aún la humildad de la Virgen Inmaculada, a quien gratuitamente la Santísima Trinidad adornó con el privilegio de ser concebida sin mancha de pecado, para ser digno tabernáculo del Altísimo.
Satanás, el mercader de la muerte. Satanás, el eterno engañador, el que vende con fraude lo que no le pertenece, y con el fraude compra nuestra alma inmortal, trocándola con la nada de bienes falsos, efímeros y mendaces. Y es el engaño, la simulación, la mentira lo que vemos reinar en el campo adversario. Una mentira que Satanás quiere que sea reconocida como tal, pero que, sin embargo, es aprobada y aceptada. Porque mientras la obra de Dios es la obra de la verdad -procedente de Aquel que es la Verdad absoluta-, la obra del diablo es ficción. Satanás es el gran escenógrafo de la realidad virtual del mundo actual, de la sociedad globalista esclava del Nuevo Orden, en el que la simulación y la falsificación son la marca de la acción del Adversario.
“¡Qué hermosa niña: parece una muñeca!”, oímos. “¡Qué hermoso paisaje: parece una postal!”. En estas expresiones comunes, a menudo utilizadas ingenuamente, se muestra la matriz fraudulenta de la obra del Enemigo, que como criatura es incapaz de crear de la nada, y debe por eso recurrir a la imitación del Creador para engañarnos a los hombres. El Príncipe de este mundo nos propone modelos artificiales y falsos, que aparentan lo que no son y que no están movidos -como las obras de Dios- por la Caridad infinita, sino por el odio lívido hacia la Majestad divina y hacia Sus criaturas. La maternidad subrogada, la manipulación genética, la bioingeniería, el transhumanismo y las obscenas mutilaciones de la transición de género, la parodia del matrimonio entre personas del mismo sexo, el engaño de poder decidir sobre la vida y la muerte mediante el aborto y la eutanasia son todas mentiras y fraudes del mentiroso, del simulador, del simia Dei.
No es diferente lo que ocurre en el recinto sagrado, donde herejes y apóstatas han pretendido siempre sustituir las perfecciones de la Revelación divina por sus propias falsificaciones; presentándose, en efecto, ellos mismos como lo que no son, como falsos pastores, como falsos profetas, como anticristos. El mismo Anticristo, que reinará en los últimos tiempos antes de ser exterminado por el soplo de Cristo, es un simulador, un imitador fraudulento del verdadero Cristo. También es un impostor el profeta del Anticristo, que es presentado en el Apocalipsis como su mantenedor, el líder de la Religión de la Humanidad, el predicador del ecologismo y del humanismo masónico.
Si observamos la situación desastrosa en la que se encuentra la Esposa de Cristo, encontramos incrustados en ella como tumores malignos a todos esos falsos pastores y mercenarios que hacen de la mentira y el engaño su razón de vivir, y que, al igual que sus pares en el ámbito civil, se presentan como promotores de la paz y la fraternidad, como defensores de los débiles, de los pobres y de los desheredados, cuando en realidad son servidores de los poderosos, cómplices de los tiranos, promotores de la división y despiadados con sus enemigos, es decir, los buenos cristianos. Pero sobre todo: contra Dios, contra Jesucristo, contra la Santísima Virgen María, contra la Santa Iglesia.
En sus acciones todo es falso: falso el sínodo de la sinodalidad, que bajo las apariencias de un verdadero sínodo adultera la Fe; falsas las supuestas consultas al pueblo de Dios, piloteadas con engaños; falsas sus exigencias sobre la dignidad de la mujer, utilizadas para socavar el Sacerdocio Católico; falsa su caridad hacia los pecadores, a los que no amonesta sino que confirma en el pecado perdiendo sus almas. Falso también el “espíritu” que inspira sus delirios; falso el “dios de las sorpresas” que legitima sus errores; falso su “pentecostés” que contradice la acción del Paráclito y falsa su “iglesia” que eclipsa a la verdadera Iglesia de Cristo. Falsa, escandalosa y criminal es la parodia de un sacramento al que se le ha erigido un suero experimental que mediante la tecnología del ARNm modifica el genoma humano, pero que Bergoglio no dudó en definir sacrílegamente como un “acto de amor” y una “luz de esperanza para todos”. Falso el respeto de lo Creado por la “iglesia amazónica”, que rinde culto idolátrico a la Madre Tierra y ratifica manipulaciones de la geoingeniería contra la naturaleza que Dios ha creado.
Veni, Sancte Spiritus, reple tuorum corda fidelium: et tui amoris in eis ignem accende [Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor]. En efecto, la divina Liturgia del día de Pentecostés es un himno al Espíritu Santo: un canto de amor de la Iglesia al Amor divino, que procede del Padre y del Hijo. En el Gradual de la Misa, para subrayar la fuerza de esta invocación, hemos pronunciado de rodillas estas palabras: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Un fuego que ilumina nuestras mentes con la Fe y calienta nuestros corazones con la Caridad.
El Espíritu Santo -que es Espíritu de Verdad- actúa en el silencio: el silencio de nuestros corazones que se dejan aconsejar e inspirar; el silencio del recogimiento de esta iglesia, en el que la digna compostura de la Liturgia divina se inclina ante la acción del Paráclito invocado por los Ministros para bendecir y santificar las cosas y las personas; el silencio de tantas almas que en el mundo parecen sin voz, dominadas por el clamor infernal de las huestes del Enemigo, pero que cumplen la voluntad de Dios. Y en el silencio se realizan los milagros más increíbles del Espíritu Santo, que con magnificencia divina nos prodiga sus dones, que son gratuitos, como gratuita es precisamente la Gracia sobrenatural.
Imploremos al Consolador –dulcis hospes animæ, dulce huésped del alma– con las palabras de la espléndida Secuencia de Pentecostés, que Él sea para nosotros descanso en la fatiga de afrontar nuestros deberes cotidianos, refrigerio en el tórrido desierto de este mundo rebelde, consuelo en las lágrimas que derramamos al ver a Su Esposa atormentada en la tierra. Que el Paráclito purifique toda inmundicia de pecado, bañe con la Gracia la aridez de tantas almas, cure las heridas de nuestros corazones que sangran por esta passio Ecclesiæ que parece no tener fin. Doblega a la voluntad de Dios la dureza de los pecadores, alimenta con la llama de la Caridad el apostolado de los Pastores, mantén firme la Fe de tantos que vacilan frente el aparente triunfo del mal.
Ven, Espíritu Santo, y renueva la faz de la tierra, que el Padre creó, que el Hijo redimió y que Tú santificas por medio de la Santa Iglesia. Y así sea.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
28 de mayo de 2023
Domingo de Pentecostés
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